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7 principios, 7 cuentos, un destino

Ya en el prólogo se despeja la duda y se aclara con anticipación lo que será el resto del libro: se expondrá, por medio de historias, hasta cierto punto cotidianas, siete leyes o principios llamados del Kybalión. Principios obtenidos de un documento “hermético” escrito hace miles de años. Al leer la palabra “hermético” entendí que leería algo de corte esotérico, es decir, algo que no es comprensible para los que no están iniciados en estos estudios; cuestiones ocultas, reservadas, que probablemente con las narraciones de Albornoz podríamos llegar a entender. Se aclara en el prólogo que muchas de estas historias podrían ser tomadas como “fantasías o cuentos de camino”, pero luego advierte que “¿a cuántos de ustedes no les ha ocurrido algún fenómeno, alguna vez en su vida, que no tuvo explicación racional?”. Y si uno se detiene a pensar en esta pregunta, al menos en mi caso, mi respuesta sería sí, me han pasado cosas que no puedo explicar y que ha veces callo para no ser mal interpretado. Los cuentos que narra Enrique en este libro son a mi modo de ver una excusa, por decirlo de alguna manera, para explicar los principios mencionados, para “una vez conocidos y empleados justamente, llegar a una meta o destino común: la autorrealización”. Autorrealización, algo que todos los humanos, consciente o inconscientemente, buscamos.

Veamos el primer principio y el primer cuento.

  1. Principio del mentalismo. El loro negro. Aparece un loro grande y negro llamado Negrón en la ventana de la casa del personaje quien en ese momento tenía 15 años. El ave olía muy mal, a formaldehído (mezcla que se utiliza para conservar cadáveres humanos), tenía un aspecto sobrenatural y se alimentaba de sangre, dado su bajo nivel evolutivo, explica después el narrador. El joven enfermo formula un deseo y lo anota en un papel (con este hecho de anotar su deseo, quizás sin darse cuenta, el personaje aplica el principio del mentalismo, al definirse como: “técnica de visualización aunada a reiteradas afirmaciones”). El muchacho entonces pide al cielo salvar su pierna a punto de ser amputada, lo que consigue sin mayores complicaciones. Luego de la recuperación El loro, o vampiro plumífero, como le llamaban, solía merodear por los predios de la casa del joven y repetía la palabra Kulshifucur sin cesar. El loro fue sorprendido y encerrado en una jaula con intenciones de venderlo, pero luego el mismo animal pidió la libertad. El personaje principal se condolió de su petición y lo dejó ir. Luego, por alguna razón, el loro desapareció de su vida para reaparecer muchos años después cuando el personaje, ya adulto, se encontraba en una zona peligrosa cerca de la universidad donde estudiaba en los Estados Unidos. Su carro se había dañado y el frío helaba todo su cuerpo, se encontraba en peligro. De pronto el loro apareció de la nada sobre el capó del carro, repitiendo Kulshifucur. Inmediatamente apareció un joven de tez oscura que bajó de un auto viejo y le ofreció ayuda (aparentemente fue guiado por el gran loro), lo ayudó y así nuestro personaje se salvó de morir congelado. El loro continuaba repitiendo la palabra Kulshifucur cuyo significado, develó su amigo David, quiere decir: “Todo es mente”. El personaje concluye que “el loro aparece cuando necesito cambiar los patrones mentales que atraen fatalismos”.El personaje guarda una pluma que se desprende del ave. “―¿Y por qué si todo es mente, no me va como yo deseo? Le preguntó el personaje a un guía espiritual. El guía le contesta: ―Porque no eres perseverante en tu aprendizaje de meditación, visualización y paciencia. Debes mantener una idea fija para lograr que la misma se materialice”. Por otro lado le dice: “tu mente es como un océano y las olas son los deseos que has pedido; pienses lo que pienses en algún momento los verás cumplido…” Luego se encuentra con un hombre negro en pleno páramo andino que casualmente se llama también Negrón y se aclara el enigma de la pluma que el personaje guardaba en su cartera, la que le entregó a este último para la supuesta conjuntivitis que afectaba al niño que lo acompañaba. Así desapareció la evidencia de la pluma. Sin duda el hombre era una especie de ángel de la guarda, al igual que lo era el loro, pero en otro plano de evolución, lo que se desprende de la afirmación: “Una de las formas en que el protector o ángel se manifestaba”.