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El cine, arte e industria

INTRODUCCION ¿Qué es el cine? ¿Arte? ¿Industria? ¿Ambas cosas a la vez? Parte del sector del público que denominamos con el adjetivo "culto" enfoca el cine desde el punto de vista exclusivo de lo artístico. Denominaciones y frases como "séptimo arte", "el cine, arte de nuestro tiempo", "la expresión artística más significativa de nuestra época"... han trascendido de tal manera que están presentes —se acepten o no— en el ánimo de lodos. A la inversa, o quizá completando lo anterior, los hombres y mujeres que viven del cine lo consideran, por supuesto, una industria que ha de ser rentable. El financiador que invierte su dinero, desea recuperarlo con ganancias. El empleado de los estudios cinematográficos se esmera en cumplir su cometido porque de el depende su sustento. El distribuidor y el propietario de una sala de exhibición buscan los máximos ingresos en taquilla. Una película es manipulada desde los estudios hasta la pantalla como un producto que debe ser bien vendido, del mismo modo que un automóvil, igual que cualquier electrodoméstico. ¿ Cuál es la opinión más razonable ? Hace ya muchos años alguien preguntó a Alfred Hitchcock que cuándo los cineastas escaparían de las poderosas imposiciones comerciales que lleva consigo la consecución de una película. El famoso director respondió que en el momento en que un filme no costara más caro que un bolígrafo y una hoja de papel. A su vez, Charles Chaplin, al prologar el ensayo de Élie Faure titulado La función del cine, decía: "¿No ha sido él el primero en reconocer en el cine una de las más grandes formas del arte, la que mejor puede traducir el nuevo dinamismo de nuestro mundo moderno?" Los testimonios casi siempre antagónicos, que podrían aportarse a este respecto serían interminables. Los alemanes, conciliando ambas tendencias, hablan de Traumfabrik, "fábrica de sueños". Pero dejemos que sea el propio lector quien saque su propia conclusión a partir de los datos e informaciones del texto. Sea como sea, el hecho es que el tiempo transcurre y ese dios bicéfalo, arte e industria (en armonía o en perfecto divorcio), espoleado por las continuas crisis que lo han acosado, busca y en ocasiones encuentra nuevas soluciones para los nuevos tiempos. De máximo exponente de la huida de la realidad, como diría Arnold Hauser en su Introducción a la historia del Arte, se ha convertido en testigo del mundo, en juez, consciente o no, de una sociedad que se debate entre sus evidentes y trágicas contradicciones.

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