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Lenguaje, poder y educación

El «lenguaje» es la máxima producción de la empresa civilizatoria; es uno de los mayores elementos involucrados en una complejidad dialéctica que nos ha humanizado; y entre los que figura fundamentalmente nuestra acción sobre el mundo. Son un contrasentido los afanes dirigidos desde el poder para proscribir el lenguaje, para desmembrarlo y para disminuirlo. Esas acciones constituyen un acto en contra de la humanidad, porque si los límites del universo de los hablantes vienen dados por los límites de su «lenguaje» (como ha propuesto Wittgenstein), entonces todo esfuerzo por impedirnos «hablar» del mundo adquiere la dimensión de un hecho consumado contra la misma humanidad. Hundidos en el silencio difícilmente conoceremos cuánto conspiran en los sótanos contra nuestros organismos y contra nuestros espacios de libertad, cuánto hacen los degenerados para succionarnos todo signo vital. Esa ignorancia de las masas humanas sobre las operaciones mafiosas o corruptas de los grupos de poder impide simultáneamente conocer su mundo y transformarlo. Es necesario integrar comunidades de hablantes que recuperen sus capacidades lingüísticas. No puede haber inédito viable sin imaginación y sin comunidad, cosa que significa versar con otros o decir el nombre de las cosas junto con los demás. No puede haber seres humanos completos sin disfrutar la experiencia del «lenguaje total», cosa que significa exactamente hablar sin restricciones de cuanto pensamos, cuanto deseamos, cuanto añoramos. Educación y lenguaje verdaderos están situados más allá de los muros de los confinamientos escolares que les mantienen aislados de la convivencia humana total.